viernes, 16 de enero de 2015

Cinque



- “Estaría bien conocernos algún día. En persona digo”.

- “Eso sería fantástico. ¿Tú crees que sería posible?”

- “Es posible. Pero es muy difícil. Quién sabe. Quizá algún día…”.

- “Quizá”. 



Pasaron dos meses. No lo recuerdo bien, pero era mucho tiempo. Mucho tiempo hablando. Mucho tiempo viéndonos por la webcam cada día. Yo estaba pillada por él, lo sabía. Lo notaba, y desde hacía ya tiempo. De hecho, desde el día en el que nos conocimos sentía algo. Algo extraño que iba creciendo día a día. Algo nuevo. Algo diferente. No era el típico chico que “me gustaba”. Tampoco sabía si eso era amor.

¿Cómo iba a ser amor? ¡Nunca nos habíamos visto en persona! Pero la pregunta era: ¿hace falta conocer a alguien en persona para empezar a quererlo?

Quattro



La vida, amigos míos, está llena de casualidades. 

Es lo que dicen. Yo no lo creo así.

Cuando algo especial te ocurre, empiezas a ver la vida con otros ojos; empiezas a ver señales y a conectarlas entre sí y, lo mejor de todo es que empiezas a ver sentido a esa conexión.


Días, o semanas (no me acuerdo) después de conocer a mi italiano, empezaron a pasarme cosas muy extrañas, cosas que no me habían pasado nunca antes en toda mi vida. A la primera cosa no le di importancia, es más, ni siquiera me paré a pensar en ello, pero a medida que iban sucediendo más y más de estas cosas, comencé a preguntarme: ¿tendrá esto que ver con él? Venga ya, Laura, la magia no existe, esto no es una comedia romántica americana…, pero, ¿y si esto me está indicando mi camino? Me acordé de Pocahontas, la de Disney obviamente, recordaba que trataba de algo parecido, así que la busqué de entre los DVDs antiguos y me puse a verla después de tantos años. Prácticamente no recordaba nada de la película, ya que cuando era pequeña creo que no la entendía muy bien. Ya sabéis. Pocahontas es una película bastante difícil de entender para un crío, quiero decir, a los niños les gusta, se ríen y cantan sus canciones, pero, el verdadero significado de una película como Pocahontas no se capta con esa edad, tienes que verla cuando eres adulto y has estudiando algo de colonialismo, cuando has estado o estás enamorado. Además, si de verdad la ves centrándote en la profundidad de la situación, en la parte romántica me refiero, ponte a buscar información como hice yo y descubrirás que la historia entre Pocahontas y John Smith fue real, existió. 

En la época de colonialismo Británico, en el siglo diecisiete (tal y como dice la canción del inicio de la película, en 1607), muchos ingleses llegaron a la India y la hicieron suya, enseñando sus costumbres, entre ellas su religión y su idioma a sus habitantes de esas tierras hasta entonces incivilizadas. Pues bien, existen escritos antiguos de un tal John Smith que conoció a una princesa, hija del líder de una tribu o algo por el estilo, no sé, no me acuerdo bien, pero por ahí va la cosa. El caso es que se enamoran y parece ser que tuvieron una aventura en secreto, pero que, obviamente no duró, o al menos no hay más datos. En fin, que si ves la película de nuevo, verás que realmente es, en mi opinión, la mejor película Disney que hay, ya que está basada en un hecho real (modificado y adaptado para niños), en el que por primera vez en la historia de Disney la princesa es de color, y que, además, su “príncipe” no se queda con ella, sino que debe irse y por tanto su amor es imposible. Es un final jodidamente triste para todo lo que tuvieron que pasar juntos. Es cierto que existe una segunda parte, Pocahontas 2, pero sinceramente, es pura basura. Como yo digo, es de la época en la que el creador original de Disney ya no estaba, así que tanto las historias como los dibujos en sí decayeron enormemente. La historia no tiene sentido y yo hago como si no existiera. Para mí, Pocahontas no tiene segunda parte. 

Pero bueno, no estoy aquí para contaros la historia de Pocahontas. Estaba diciendo que me acordé de esa película porque reflejaba algo parecido a eso de que hay señales que, si las miras fijamente, te indican tu camino.


Una mañana paseaba tranquilamente por la calle cuando miré al suelo, y en un instante vi algo negro. Al recogerlo, me di cuenta de que era una tarjeta SD para una cámara digital. Fui corriendo a casa a mirar qué había dentro. Estaba llena de fotos de Italia. Aún la guardo, y las fotos están intactas, allí donde las dejé.

A los pocos días, un amigo me comentó  que a su madre le había llegado un folleto de un viaje Roma-Nápoles (siendo él de Nápoles) gratis, sólo con inscribirse a una página o algo así. Mandé correos electrónicos, me informé, y era totalmente cierto, su madre había acumulado puntos por comprar en esa página, y no quería ir, me regalaban el viaje, pero yo nunca había viajado sola, y aún era pronto para decirle que quería conocerle en persona.

El día que me contó que practicaba kick-boxing, mi padre y mi hermano estaban viéndolo en la tele, cuando nunca antes habían visto ese deporte, ni siquiera les gusta.
Al poco tiempo, la hermana de un amigo conoció a una italiana en el gimnasio que se ofreció a darnos clases de italiano sin nosotros pedírselo ni contarle nada de mi historia.

Un día que me sentía romanticona y con ganas de peli americana, escribí en Google: películas románticas. Aparecieron más de 50 en una lista de alguien que tenía un blog sobre películas. Para darle más emoción, cerré los ojos y apunté con el dedo índice a una película al azar. Busqué la sinopsis. La protagonista era una mujer que estaba siguiendo unas señales, las cuales, según ella, le estaban mostrando su destino, y le llevaron a Italia a conocerlo. 


No recuerdo más “señales” o cosas misteriosas que me pasaron en ese tiempo, aunque sé que si me pusiera a pensar me acordaría de miles.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Tre



Viendo que Alfonso no nos dejaba tranquilos, le pedí por favor que me diera su correo para poder hablar en casa. Lo agregué allí mismo, recuerdo que entonces era muy famoso el Messenger, y después de comprobar que todo iba bien, me despedí de él explicándole que teníamos que estudiar, nerviosa y ansiosa por seguir hablando después.

Una vez en casa, lo primero que hice fue sentarme en la silla delante del ordenador, encenderlo y abrir el programa de mensajería. Allí estaba. Su nick era simplemente su nombre, Antonio, pero con las letras del revés. 

Aquello me llamó la atención así que ya tenía excusa para empezar a hablar con él. Un poco nerviosos, sobre todo yo, ya que era la primera vez que me comunicaba con alguien en inglés con fines “no académicos”, me comentó que había una página en la que escribías algo y lo transcribía con las letras del revés. 

Nos empezamos a conocer un poco más, siempre con la webcam puesta, tal y como nos conocimos, pero nunca hablábamos por el micro, por vergüenza de hablar en inglés diría yo. 

Me preguntó si Alfonso era mi novio. 

- “¿Nunca has visto a un chico y una chica que sean amigos? Le pregunté.
- “Sí”, dijo, “pero se os ve muy íntimos, os tocáis mucho y parece algo más”.
- “Bueno. Eso es porque somos amigos desde que teníamos cinco añitos. Vivimos al lado y hemos crecido juntos. Además, nos entendemos muy bien”, le expliqué.

Le pregunté que a qué se dedicaba, si estudiaba o trabajaba, ya que se veía que era mayor que yo. Me dijo que estudiaba Medicina, y que tenía 22 años. ¡Guau!, pensé. No me lo esperaba. Y cinco años mayor que yo no estaba nada mal…

Durante días y días, hasta semanas, hablábamos sin parar al salir del instituto, contándonos historias de nosotros, nuestros gustos, aficiones, amigos, sueños, aspiraciones… Le comenté que quería estudiar Filología Inglesa, y que me encantaría aprender italiano. Él me habló de que se había cambiado de carrera, por lo que iba un poco más atrasado que el resto, y que tocaba la guitarra en sus ratos libres. Hablaba muy bien inglés, y eso me gustaba.

Había días en los que nos acostábamos a eso de las cinco de la mañana, teniendo clase a las ocho. Era una locura, pero la verdad es que no tenía sueño. Los dos estábamos deseando de que llegaran las cuatro de la tarde para poder sentarnos y charlar juntos, aunque fuera por poco tiempo, ya que a veces yo tenía que ir a una academia de inglés y, otras veces, quedaba con mis amigos. Pero eso no significaba nada. Si un día estábamos más ocupados, allí estábamos a las diez de la noche esperando al otro, para seguir conociéndonos un par de horas más. O tres. 

Es increíble cuántas horas necesitas para conocer a alguien. Puedes hablar con alguien tres o cuatro horas al día durante años y nunca terminarás de conocerlo. Pero es fantástico. 

Después de algún mes, mis amigos empezaron a hablar conmigo un poco serios. Me decían que estaba obsesionada y que tenía que parar con aquello. Decían que no dormía, que estaba empezando a dejar de salir con ellos, y que cuando lo hacía, no paraba de hablar del “italiano”. Me decían que tenía que despertar, que era algo virtual y que estaban preocupados de que me quedara pinchada por algo imposible. No querían que sufriera, y lo entendía. Me abrieron los ojos. Todo aquello era cierto, pero al volver a casa, volvía a sentarme en frente del ordenador y seguíamos hablando. ¿Qué podía hacer? Yo sabía que eso era imposible, pero nos estábamos convirtiendo en amigos, y juntos lo pasábamos muy bien. Nos reíamos, nos divertíamos, aprendíamos cosas. ¿Por qué tenía que dejar aquello? Era algo totalmente nuevo para mí, y me gustaba, así que, aunque me lo tomé menos en serio, seguí hablando con él día tras día.

Due



Era un miércoles de principios de marzo de 2010. No sé por qué me acuerdo de que era miércoles, pero era miércoles. Tal vez porque el día siguiente era jueves y tenía un examen de historia bastante importante.

Ya ni me acuerdo de qué era el examen, es normal, pero creo que era algo de guerras. Los temas de guerras nunca se me dieron bien: fechas, nombres, países. En fin, lo típico que se estudia en bachillerato.

Alfonso me llamó por telefono y me dijo que me fuera a su casa a estudiar.

- "¡Que dices!", le dije. "Sabes que yo estudio mejor sola, y voy bastante mal como para perder tiempo".  
- "Será solo un rato, además te tengo que enseñar una página que he descubierto, es divertidísima", me contestó.

A los veinte minutos estaba en su casa. Siempre hemos sido vecinos de barrio.

Al entrar a su cuarto, ya tenía preparada la "página" nueva que había descubierto, así que me di cuenta de que ese día estudiaría poco. Era un chat con webcam. Nunca habíamos visto algo así. Nos fascinó.

Presionábamos "next" y aparecía algien diferente, seleccionado al azar de entre millones de personas de todo el mundo para hablar con nosotros en privado. Estuvimos hablando con un chino que intentaba pronunciar mi nombre, y yo le ayudaba por el micrófono a pronunciar la "r".

- "L - A - U - R - A", decía.
- "L - A - U - L - A", insistía él.

Pudimos estar así casi una hora, viendo una persona detrás de otra, haciendo bromas, hablando inglés, riendo a carcajadas, y cuando alguien no nos gustaba, con pulsar "next" desaparecería para siempre.

En una de las veces en las que Alfonso se encargaba del "next", apareció un chico. Estaba con una guitarra, pero no la tocaba. Por un segundo no dijimos nada. Sólo nos miramos mutuamente a los ojos, o eso creo, porque con la webcam nunca se sabe.

A Alfonso no le hizo mucha gracia, pues se dio cuenta de que mi expresión cambió radicalmente en un instante y de que mis ojos empezaron a brillar.

- "Siguiente", dijo.
- "¡No! ¡No, por favor, espera!", grité.
- "¿Qué pasa?"
- "Quiero hablar con él".