Viendo
que Alfonso no nos dejaba tranquilos, le pedí por favor que me diera su correo
para poder hablar en casa. Lo agregué allí mismo, recuerdo que entonces era muy
famoso el Messenger, y después de
comprobar que todo iba bien, me despedí de él explicándole que teníamos que
estudiar, nerviosa y ansiosa por seguir hablando después.
Una
vez en casa, lo primero que hice fue sentarme en la silla delante del
ordenador, encenderlo y abrir el programa de mensajería. Allí estaba. Su nick era simplemente su nombre, Antonio,
pero con las letras del revés.
Aquello
me llamó la atención así que ya tenía excusa para empezar a hablar con él. Un
poco nerviosos, sobre todo yo, ya que era la primera vez que me comunicaba con
alguien en inglés con fines “no académicos”, me comentó que había una página en
la que escribías algo y lo transcribía con las letras del revés.
Nos
empezamos a conocer un poco más, siempre con la webcam puesta, tal y como nos
conocimos, pero nunca hablábamos por el micro, por vergüenza de hablar en
inglés diría yo.
Me
preguntó si Alfonso era mi novio.
-
“¿Nunca has visto a un chico y una chica que sean amigos? Le pregunté.
-
“Sí”, dijo, “pero se os ve muy íntimos, os tocáis mucho y parece algo más”.
-
“Bueno. Eso es porque somos amigos desde que teníamos cinco añitos. Vivimos al
lado y hemos crecido juntos. Además, nos entendemos muy bien”, le expliqué.
Le
pregunté que a qué se dedicaba, si estudiaba o trabajaba, ya que se veía que
era mayor que yo. Me dijo que estudiaba Medicina, y que tenía 22 años. ¡Guau!,
pensé. No me lo esperaba. Y cinco años mayor que yo no estaba nada mal…
Durante
días y días, hasta semanas, hablábamos sin parar al salir del instituto,
contándonos historias de nosotros, nuestros gustos, aficiones, amigos, sueños,
aspiraciones… Le comenté que quería estudiar Filología Inglesa, y que me
encantaría aprender italiano. Él me habló de que se había cambiado de carrera,
por lo que iba un poco más atrasado que el resto, y que tocaba la guitarra en
sus ratos libres. Hablaba muy bien inglés, y eso me gustaba.
Había
días en los que nos acostábamos a eso de las cinco de la mañana, teniendo clase
a las ocho. Era una locura, pero la verdad es que no tenía sueño. Los dos
estábamos deseando de que llegaran las cuatro de la tarde para poder sentarnos
y charlar juntos, aunque fuera por poco tiempo, ya que a veces yo tenía que ir
a una academia de inglés y, otras veces, quedaba con mis amigos. Pero eso no
significaba nada. Si un día estábamos más ocupados, allí estábamos a las diez
de la noche esperando al otro, para seguir conociéndonos un par de horas más. O
tres.
Es
increíble cuántas horas necesitas para conocer a alguien. Puedes hablar con
alguien tres o cuatro horas al día durante años y nunca terminarás de
conocerlo. Pero es fantástico.
Después
de algún mes, mis amigos empezaron a hablar conmigo un poco serios. Me decían
que estaba obsesionada y que tenía que parar con aquello. Decían que no dormía,
que estaba empezando a dejar de salir con ellos, y que cuando lo hacía, no
paraba de hablar del “italiano”. Me decían que tenía que despertar, que era
algo virtual y que estaban preocupados de que me quedara pinchada por algo
imposible. No querían que sufriera, y lo entendía. Me abrieron los ojos. Todo
aquello era cierto, pero al volver a casa, volvía a sentarme en frente del
ordenador y seguíamos hablando. ¿Qué podía hacer? Yo sabía que eso era
imposible, pero nos estábamos convirtiendo en amigos, y juntos lo pasábamos muy
bien. Nos reíamos, nos divertíamos, aprendíamos cosas. ¿Por qué tenía que dejar
aquello? Era algo totalmente nuevo para mí, y me gustaba, así que, aunque me lo
tomé menos en serio, seguí hablando con él día tras día.
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